ESTRES.- LAS DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

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Los dos aspectos del estrés, su componente motivacional y creativo, y su componente
potencialmente dañino, han sido ampliamente estudiados. Son las dos caras de la moneda que llamamos estrés:


- El eustrés, también conocido como “estrés positivo”, es el que provoca que mantengamos nuestra mente abierta y activa. Está relacionado con la tensión interior necesaria para conseguir objetivos, para permanecer activos y creativos, para cambiar.
- El distrés, al que algunos llaman “estrés negativo”, representa aquel estrés que nos
desequilibra y tensiona más allá de la sana medida, y que desencadena una alteración fisiológica y psicológica que nos paraliza, agobia y dificulta nuestra vida.


En cuanto a la forma de manifestarse, podemos distinguir entre lo que llamamos estrés agudo, que es una reacción fisiológica y momentánea necesaria frente a una situación de peligro, y el estrés crónico, que sería la reacción que permanece en el tiempo con consecuencias dañinas. Este último es el más destructor, y puede provocar desmotivación, agotamiento e incluso depresión.


En ese caso, cuando el estrés se ha instalado en nuestra vida de modo habitual, es cuando podemos hablar realmente del “síndrome de estrés”, que depende de varios factores interrelacionados: en primer lugar hace falta un agente estresor, interno o externo, lo suficientemente intenso como para que me exija una respuesta. Dependiendo de la intensidad percibida por cada cual, el mismo agente estresor podrá provocar respuestas de placer, incomodidad, ansiedad, miedo o pánico.

En segundo lugar el estímulo habrá de ser percibido como una amenaza desde el punto de vista subjetivo, lo que no tiene porqué coincidir necesariamente con una amenaza objetiva: puedo percibir como una amenaza un saltamontes, y para nadie más lo es, pero para mí es innegociable que un saltamontes es una amenaza. 

Y en tercer lugar es necesaria la percepción, real o imaginaria, de que carezco de los medios o recursos necesarios para hacer frente esa amenaza con relativa soltura y facilidad. Si el estimulo es efectivamente agresor y se mantiene en el tiempo el cuerpo pasará por diferentes fases en la búsqueda de su respuesta. En cada una de ellas las posibilidades de continuar hacia un efecto dañino o afrontarla de forma saludable, requerirá diferentes estrategias por nuestra parte.

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Los eslabones de la cadena.-


Hans Selye estableció diferentes fases que explican la reacción del organism ante situaciones que desencadenan la respuesta del estrés. En este proceso de adaptación por parte del organismo se dan tres fases: de alarma, de adaptación y de agotamiento.


1.- Fase de alarma: ante la percepción de un peligro potencial se produce una reacción de alarma durante la cual el cuerpo responde incluso sin que seamos conscientes de ello, preparándose para sortear el riesgo o enfrentarnos a él con toda la energía disponible en un tiempo mínimo. Para esto concentra todas sus posibilidades retirándolas si es necesario de otras tareas, lo que provoca que descienda su nivel de resistencia. En esta primera fase se activa el eje constituido por la hipófisis y las glándulas suprarrenales; se movilizan las defensas del organismo; aumenta la frecuencia cardiaca; se contrae el bazo liberándose gran cantidad de glóbulos rojos; se produce una redistribución de la sangre, que abandona los puntos menos importantes, como es la piel (aparición de palidez) y las vísceras intestinales, para acudir a músculos, cerebro y corazón, que son las zonas protagonistas de la acción; aumenta la capacidad respiratoria; se produce una dilatación de las pupilas; aumenta el índice de coagulación de la sangre y el número de linfocitos (células de defensa).

El inconveniente es que una reacción tan poderosa repetida multitud de veces por estresores menores, exige al cuerpo someterse a una activación no exenta de riesgos: la adrenalina nos consume y la cortisona ataca al sistema inmunitario cuando reaccionamos de forma excesiva ante cualquier estresor.

2.- Fase de resistencia o adaptación: en ella el organismo intenta superar, adaptarse o afrontar lo que percibe como una amenaza, para lo cual los niveles de corticoesteroides se normalizan y desaparece la sintomatología de la etapa anterior. Si en esta fase se afronta adecuadamente el factor estresante, el estrés desaparece y nos deja fortalecidos, pero si se pasa a la tercera o se mantiene ésta demasiado tiempo, habrá que pagar un precio elevado: tendrá consecuencias negativas tanto en el cuerpo como en el cerebro. Cuando la fase de alarma se repite o se mantiene en el tiempo, el cuerpo reacciona adaptándose al esfuerzo requerido, ya sea el miedo a la altura o vivir en un piso con vecinos ruidosos, aunque pagando un precio derivado de haber roto su equilibrio homeostático. Imagina lo que ocurriría en un coche que transportara siempre un peso extra: seguirá funcionando, se adapta, sus sistemas se acomodan al nuevo esfuerzo, pero también el motor al ir más revolucionado se desgasta más, las ruedas sufren y disminuye su potencia; probablemente durará menos también.

En el caso del ser humano incluso la percepción global de la vida cambia. Y esto puede llegar a suceder tan lentamente que casi no nos damos cuenta, o incluso lo consideremos normal, ya que no somos a veces conscientes del esfuerzo que hace nuestro organismo. Quizás sí de algunos efectos: dolores de cabeza ocasionales que tienden a repetirse con mayor frecuencia, fatiga crónica que no parece desaparecer con el reposo, algunos problemas circulatorios o pesadez en las piernas, contracturas musculares en cuello o espalda que no remiten descansando, pérdida ocasional de memoria a la que llamamos “despistes”problemas digestivos, dificultad para dormir, excesos en la comida, bebida o tabaco, falta de concentración, cierto pesimismo o sensación de fracaso…

3.- Fase de agotamiento: ocurre cuando la agresión se repite con frecuencia o es de larga duración, y cuando los recursos de la persona para conseguir un nivel de adaptación no son suficientes. Llega un momento en que el cuerpo no puede continuar el esfuerzo: tras la resistencia continua, las energías se acaban, el equilibrio interno largo tiempo amenazado se rompe, el sistema inmunológico se ve afectado, la capacidad de resistir a los agentes patógenos de cualquier tipo disminuye y la enfermedad aparece. Si el desgaste ha sido grande incluso la vida corre peligro, en caso contrario el cuerpo tras un descanso suficiente aún se recupera parcialmente aunque con secuelas derivadas del colapso sufrido: hipertensión, úlceras, infartos, cáncer e infecciones tienen la puerta abierta en un organismo debilitado.

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El estrés es la segunda causa de baja laboral en la Unión Europea: afecta anualmente a cuarenta millones de trabajadores y supone para los países miembros un coste de 20.000 millones de euros al año en gastos sanitarios, sin contar la pérdida de productividad. En Estados Unidos ha llegado hasta los 150.000 millones de dólares. Según la Fundación Europea para las Mejora de las Condiciones de Vida y Trabajo un 28% de los trabajadores europeos padece algún tipo de estrés laboral. En el Reino Unido, los datos oficiales elevan los costes del estrés laboral al 3,5% del Producto Interior Bruto (PIB).

Los sectores de actividad más afectados son los de Industria, Servicios, y Construcción, y las ramas de actividad más afectadas las de la Administración/Banca, Servicios Sociales y otros servicios (Martínez Plaza, 2007). El factor doble presencia, es decir, que las mujeres aparte de realizar su trabajo fuera de casa, suelan realizar y se responsabilicen de la mayor parte del trabajo familiar y doméstico, puede conllevar que las mujeres sean más propensas a sufrir estrés laboral que los hombres.

La práctica del Mindfulness es el puente que podemos tender sobre las aguas revueltas que supone el estrés. Después de lo visto, ya tenemos claros algunos de los remolinos traicioneros que podemos sortear con ayuda de la atención plena. Recordemos que, en primer lugar, la situación estresante puede serlo realmente o solo en nuestra percepción. Si mediante la atención plena vamos clarificando nuestra visión, podremos discriminar la amenaza real de la imaginaria, de esta forma reconoceremos mejor los agentes estresantes reales y los que lo son solo debido a nuestra percepción errónea.

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